martes, 21 de julio de 2009

¿Por qué escribo? por Mirta Cevasco

¿Por qué escribo? ¿Por qué escriben las otras poetas?



Para responderme más o menos por qué escribo, debí recurrir a varias instancias, porque en realidad puedo hablar más de mi deseo de escribir, de mis sensaciones, para poder considerar aproximadamente por qué escribo.

Como dijo el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, (1803-1882,)

en su obra El Poeta : El hombre es sólo la mitad de él mismo, la otra mitad es su expresión.

Pensé en principio, que recorriendo un poco de donde vengo en este andar por la poesía, cómo se incorporó en mi vida, arroja un poco de luz para esta aproximación. Me resulta más claro todavía, dar una mirada desde mi historia personal, otra desde mi entorno, otra desde el tiempo en que me ha correspondido vivir y además recorrer la incursión de las primeras mujeres en nuestra literatura.

Desde lo personal, de inmediato se me ocurre ir a mi infancia, hecho recurrente en los poetas. En un breve rescate de mis primerísimos años, me recuerdo cantando y memorizando muchos villancicos junto a mi abuela materna.

Una rápida mirada pedagógica que podemos darle hoy, se observa en primera instancia que los villancicos constan de pequeñas estrofas sencillas de memorizar para un niño, son además claros, muy musicales y poseen un importante contenido amoroso. El niño los dice como cantos y le resulta fácil su comprensión. Dadas estas características generales, puedo intuir la facilidad con que los villancicos - los cantitos como les decía entonces y más adelante, cantos - despertaban en mí, innumerables imágenes y fantasías: por citar un par de versos:

...un caballito blanco recorre todo el campo

un caballito negro recorre todo el cielo..


A los cinco años - como casi todos los niños de ese momento ya leíamos antes de comenzar la escuela primaria- me veo hurgando todo libro que pasaba por mis manos, especialmente los de lectura. Volaban las páginas en busca de los versos. Me gustaba leerlos en voz alta, como declamándolos.

Desfilaban ante mí, Juana de Ibarbourou, Conrado Nalé Roxlo, Rafael Obligado, Rubén Darío, Gabriela Mistral, entre otros.

Cierto día apareció algo fantástico, la figura de Santos Vega, y me pregunto todavía, por que memorizaba sus estrofas.

Vendría luego- más o menos a los seis años -el Martín Fierro. ¡cuánto me gustaba! La lectura y declamación de sus verso eran como una oración sagrada. El octasílabo y la rima, evidentemente ejercían en mi pequeño mundo, un canto de irresistible fascinación

Cuento estos pequeños antecedentes, porque aún no comprendo qué hacía una nena - que era muy femenina por cierto -,recitando poemas gauchescos y casi llorando con algunos de sus versos.

Tal vez ayudaría a fundamentar de alguna manera por qué escribo, algunas costumbres curiosas de entonces, como extasiarme contemplando cosas: podía ser un objeto cualquiera, alguna estatuilla, un cuadro, un dibujo, los cuales lograban encender escenas y situaciones diversas, que vibraban en mi imaginación. Esas sensaciones aparecían una y otra vez al escuchar un cuento, contemplando el empapelado de las paredes, o algunas sombras que se producían especialmente de noche, por la iluminación artificial.

Puedo sin embargo rescatar, que el paso del tiempo y todas las naturales modificaciones que éste ejerce, ha dejado intacto mi derecho a la ensoñación, ella, es como un llamado recurrente, una permanente invitación.

En mi adolescencia comencé a escribir poemas. Estaba convencida por entonces, que esto de escribir eran cosas de las cuales no se hablaba con los demás. Esta intimidad, me obligó ingeniármelas para que no se esfumaran quien sabe qué maravillas.

Pero había un problema. Era molesto cuando releer los versos que había escrito, porque solamente podía recordar en qué lugar estaba cuando los escribía y algún otro detalle, pero no podía revivir el momento de mis sensaciones al escribirlos. Creo que allí podía estar ubicada más o menos una de las razones de mi insistir con la escritura poética.

Es allí cuando se plantea, cierta exigencia, cierta necesidad, de capturar esas fugacidades que inexorablemente se perderían. Es decir las palabras estaban allí pero las imágenes no estaban. Esto evidentemente fue un proceso que pasó por muchas etapas.

Comencé a estudiar literatura y especialmente poesía, con una profesora particular Dora Martínez Díaz de Vivar, mientras hacía mis estudios secundarios en la escuela normal, con quien pude ejercitar cierta fidelidad de las imágenes a través de la palabra.

De todos modos tomé conciencia hace poco tiempo, que escribo a partir de imágenes, que a veces despiertan a partir de algo que me conmueve, otras veces se presentan solas, pero seguirlas me plantean desafíos, debo buscarlas y atraparlas y después dar el salto. Le llamo el salto a esa entrega que nos lleva al lugar que no sabemos, si volvemos y como volvemos, con esa angustia que nos llevas sin embargo a una plenitud.

Cómo explicarlo. Creo ir en busca de cierta claridad, de calmar cierta sed, como despegando de cierta nebulosas que creo, conmocionan a todos los mortales. Puedo aproximar que soy una poeta ligada al ensueño. Algunos escritores que analizaron mis poemas me sorprendieron al vincularlos con lo onírico. Yo no estoy en condiciones de afirmarlo. En realidad la propuesta de este encuentro me ha llevado a la necesidad de preguntármelo. Como dije al comienzo, sí, puedo hablar de algunas sensaciones y de algunos estados especiales en el momento de escribir.

Está incorporado en mí, esto de escribir como cantando y salen lo que yo llamo cantos con la música que yo percibo al escribir. Con el tiempo observo que conviven en ellos, todos los amores posibles con todas las dulzuras y todas las tinieblas inherentes al amor.

Hay momentos de contemplación en el devenir del poema, puede surgir ahí también mi entorno, con ciertas connotaciones acerca de la injusticia, del abandono y del dolor en general, como aparecen en algunos trabajos.

Este ensueño que interviene en la percepción de mi entorno y como suelo decir a veces, de este mundo no sólo humano, se torna por momentos en verdaderas causas por la dignidad de los seres de este mundo con todos sus reinos.

Es muy importante para mí decir y siento que esto me puede diferenciar con algunos poetas, que en mi momento más pleno de la creación, me ha regalado estar más algo más cerca de la presencia divina, ella es la poseedora absoluta de los secretos de mis búsquedas y desvelos, pero hoy estoy segura que es siempre un camino.

Ese profundo agradecimiento que siento a la fidelidad de los clásicos, quizá me haya brindado el ejercicio que me permite llegar a otros lugares donde ellos continúan trabajando : los poemas de los otros poetas de mi entorno, los que pertenecen a mi tiempo.

Entre tanta poesía diferente, sin embargo estoy unida a sus palabras, La mirada personal de ellos, me advierte de todos modos, la existencia de algún denominador común. Al leerlos o al escucharlos, presiento en algún plano que no puedo precisar, almas hermanadas. Ellos me invitan a recorrer sus curiosas guaridas y cuando logro llegar a sus increíbles lugares, en sus vuelos imprevistos, los vivo como un reencuentro, que me muchas veces, me deja la seguridad de haber andado por ahí. Cuando se produce esa emocionante empatía , me digo: no estoy sola en mi andadura.

Lo expresa muy bien Gastón Bachelard en La Poética de la Ensoñación :

La imagen poética puede caracterizarse como un vinculo directo de un alma otra, como un contacto de dos seres felices de hablar y de oír en esa renovación del lenguaje que es una palabra nueva.

Cuando me han preguntado espontáneamente qué representan para mí los poetas, mi imagen es:

... un coro blanco y numeroso, donde siempre a alguno nos toca ser solista,

El otro enfoque que me resulta inevitable, por tratarse de este Congreso : Rumbo al Bicentenario Dos Siglos de Mujeres en las Letras, más amplio que el personal, es el que surge cuando me pregunto de dónde venimos. La respuesta está en cómo y cuales fueron las mujeres poetas argentinas que en medio de un lucha sin igual nos han dejado este espacio.

Lo expresa claramente Manuel Ruano en el prólogo de Poesía Amorosa Latinoamericana:


“La llave secreta para la poesía de esta parte del mundo, parece provenir de la pericia de sus cartógrafos, de los lectores de nubes, de las madonas y doncellas del buen viaje que arremetieron contra la impetuosidad, el cielo y, muchas veces, el suelo inhóspito que les tocó convertir en morada para sus descendientes.”

Somos las descendientes de mujeres como Juana Manuela Gorriti, una de las primeras escritoras en América Latina y propulsora de la defensa de los derechos básicos de la mujer en el continente, que había nacido en provincia de Salta, aunque la fecha es discutida por sus biógrafos: en 1816 o en 1818?. Estudió en un convento literatura, religión e idiomas. Algunos años después se trasladó a Tarija (Bolivia), con su familia, donde conoció al militar Manuel Isidoro Belzú, con quien se casó siendo apenas una adolescente. Tuvo tres hijas, pero la guerra impedía que la pareja se viera con frecuencia, por lo que Juana decidió la separación en 1843. Se trasladó a Perú, primeramente a Arequipa y luego a Lima, donde daba clases. La Revista de Lima, publicó su relato “La quena”, que fue el primero de la producción de Gorriti.

Aunque hoy parece corriente que una mujer escriba, en el Río de la Plata, en el siglo XIX, entendemos que era una verdadera excepción, como en casi todas las culturas latinoamericanas. Pero además, Manuela Gorriti, participó en la defensa de la ciudad durante el sitio español al puerto de El Callao y por ello, es condecorada con la Estrella 2 de Mayo, que le otorgara el gobierno peruano.

Cuando retorna a Buenos Aires , ya era conocida y sumamente apreciada. Aquí funda el periódico “La Alborada del Plata”, el cuál intentaba difundir los intereses de las mujeres. Ella era el puntal de otras intelectuales que desde Lima o Buenos Aires abrían nuevos espacios para las mujeres latinoamericanas de ese siglo XIX, así como Clorinda Matto y Eduarda Mansilla.

Pensar por ejemplo en María de Mendeville ( 1786-1868) por tomar un orden cronológico:

María de todos los Santos Sánchez de Thompson de Mendeville, que nació en Buenos Aires en 1786. Mariquita, como se la llamaba, fue la responsable de promover un activo polo intelectual en la sociedad porteña. Fundó el primer salón cultural de Buenos Aires, donde se desarrollaron encendidas tertulias. Ejecutaba el arpa y leía sus textos. Los versos que transcribimos estaban dedicados a su amiga íntima Pepita Cabaillon:

Carta Poema a Pepa,


Que me dices, amiga mía,

Del triste acontecimiento
De matar a Rivadavia

Los muchachos de Sarmiento?



Te figuras, Pepa mía,

A nuestro gran fundador

En pedazos por el suelo

Entre esa turba feroz?


! Y con la Escuela Modelo
Y con la gran procesión

Y acabar por enterrarnos

A nuestro pobre Panzón!



Entre muchachos te veas
Es refrán o maldición

Y lo vemos realizado

En esta triste ocasión.


Podemos advertir a través de su poema, la preocupación y la actividad política que protagonizó en su entorno, demostrando con numerosas actitudes de compromiso con la patria.

Un lugar destacado corresponde a Juana Manso, pedagoga y escritora. Había nacido en 1819. Debió emigrar a Montevideo durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y viajó posteriormente por Cuba, Brasil y EE.UU.

Cuando regresó a Buenos Aires en 1854, propició la creación de escuelas y bibliotecas públicas y defendió la emancipación de la mujer. Debemos recordar sus obras, tales como: La familia del comendador y Los misterios del Plata, ambas novelas; además Compendio de historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, etcétera. Sin embargo lo existencial está presente en la poesía de Juana Manso como vemos a continuación en Fragmento sobre una momia egipcia, que se halla en Río de Janeiro. (Fragmento)

¿Y es ése, oh Dios, mi destino?...
¿Y esto es vivir y nacer?
Y cuanto encierra este globo
¿a esto se ha de parecer?...

Pero, ¡ay!, que la certidumbre
Al hombre cerrada está,
Sin saber jamás qué encierra
Este inmenso ¡más allá!

Sólo el fin de polvo
De la triste humanidad;
Y después de eso un secreto
Que se llama ¡Eternidad!

Y en este pequeño homenaje que deseo brindar a estas escritoras, es imprescindible la figura entrerriana de Josefina Pelliza Sagasta

Josefina nace en 1848 y muere en Buenos Aires. Nos dejó dos libros de poemas, novelas. Josefina Pellizza trabajó por la mujer y para la mujer; Con el trabajo en sus horas preciosas, nos dejó un volumen de Conferencias Educacionistas Filosóficas. Asentada en Buenos Aires y con una voluminosa obra editada -compuesta por narraciones, memorias, ensayos, biografías y hasta recetas culinarias- muere en 1892.

Aquí, un fragmento del poema, Muerta:


¡Se obscureció mi vida en la tiniebla!
Sentí como si el mundo vacilara,
Y me erguí, cual se yergue la serpiente
Que frío hierro mata.

Entreabrí la ventana: no hallé cielo;
Volví los ojos: no encontré la tierra;
Palpé bajo el sepulcro de mi pecho
Y me ericé de frío: ¡estaba muerta!


En algunas de las poetas de esta época, la casa, sus habitaciones y jardines de estilo español, con frecuencia producían cierto ajuste de intimidad, que podemos inferir en Edelina Soto y Calvo, “La Crepuscular”, bien connotada en la literatura inglesa, ya que escribió poesía también en esa lengua.

Edelina Soto y Calvo había nacido en 1844 y era hermana del poeta Francisco Soto y Calvo. Escribía cuando caía la tarde y la extinción de luz en la casa del jardín, le evocaba sentimientos religiosos:

En esta hora en que se muere el Día
Y con su luz se esfuma la alegría;
Cuando en augusta calma silenciosa
La naturaleza parece más hermosa,
Y el jardín entre sombra solitaria
Semeja una plegaria...
Ven, dulce amada mía,
Tierna Melancolía
Y enséñame a morir así callada,
El alma sosegada,
Como en brazos de Dios, se muere el Día.


Los nombres que he mencionado bastarían para la gloria literaria de un pueblo; no obstante, aún tengo otros que agregar: Ana Pintos, que tan galanamente maneja el idioma, escondida tras el seudónimo de Amelia Palma; Amalia Solano, de las nutridas revistas; Carota Garrido de la Peña, autora de las novelas Mundana y Tila; María Emilia Passicót, Eufrasia Cabral, Aquilina Vidal de Bruss, María E. Cardero, Adela A. Quiroga, Isabel Coronado, María Luisa Garay, Elena Jurado, María Brown, Arnold de González, Benita Campos, Elia M. Martínez, Macedonia Amavet, C. Espinosa, la señora de Funes y algunas otras que tal vez no he alcanzado a conocer, son, pues, las que hoy forman la legión de honor en la patria de Alberdi y de Sarmiento, con la particularidad de que las más de ellas son de provincias, muy pocas de esta gran Buenos Aires, con propiedad llamada la Nueva York del Sur.
Entender a nuestras antecesoras, ubicándonos en el espacio y en el tiempo, se nos hace imprescindible la necesidad de preservar y continuar investigando el camino recorrido por las escritoras y poetas primeras, ellas, las de la lucha más difícil e indeclinable, porque aún en un mundo que se globaliza, es importante mirarnos. Tener presente nuestra identidad literaria, me parece un paso insoslayable que debemos realizar para comprender la identidad de cada uno de los demás pueblos.
En este mi pequeño lugar en el mundo, sospecho que tal vez haya en mí y en las poetas de mi tiempo, algún pequeño sesgo de esas mujeres, uno pedagógico, otro romántico, alguno que remite al compromiso con nuestra sociedad, con nuestra historia.
Pero lo más importante es que en este tiempo, en este suelo hay mujeres poetas que aman, luchan y sueñan todavía.


· Ralph Waldo Emerson, El Poeta, 1884

· Gastón Bachelard, Psicoanálisis del Fuego,París, 1938

· Manuel Ruano, Poesía Amorosa Latinoamericana, Caracas,1994


Texto leído en el CONGRESO DE LITERATURA "Hacia el bicentenario. Dos siglos de mujeres en las letras"

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