viernes, 18 de junio de 2010

José Saramago

(Azinhaga, Santarém, Portugal, 16 de noviembre de 1922 - Tías, Lanzarote, Islas Canarias, España, 18 de junio de 2010)

[...] Fernando Pessoa subió la escalera con precaución, llamó a la puerta de la manera acordada, no nos sorprenda tanta prudencia, pensemos qué escándalo si un tropezón violento hiciera que una vecina se asomara al descansillo, gritando, Socorro, un ladrón, pobre Fernando Pessoa, ladrón él, a quien nada queda, ni vida siquiera. Ricardo Reis estaba en el despacho intentando componer unos versos, había escrito, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, en el silencio de la casa se oyó golpear discretamente a la puerta, supo en seguida quién era, fue a abrir, Dichosos los ojos que le ven, dónde se había metido, las palabras, realmente, son el diablo, éstas de Ricardo Reis sólo serían propias de una charla entre vivo y vivo, en este caso parecen expresión de un humor macabro, de atroz mal gusto, Dónde se había metido, cuando él sabe, y nosotros también, de dónde viene Fernando Pessoa, de aquella rústica casilla de Prazeres donde ni siquiera está solo, también vive allí la feroz abuela Dionisia, que le toma cuenta por menudo de entradas y salidas, Anduve por ahí, suele responderle el nieto, secamente, como responde ahora a Ricardo Reis, pero sin la menor sequedad, éstas son las mejores palabras, las que nada dicen. Fernando Pessoa se sentó en la butaca con movimiento fatigado, se llevó la mano a la frente como intentando calmar un dolor o apartar una nube, luego los dedos descendieron recorriendo el rostro, errando indecisos sobre los ojos, distendiendo las comisuras de la boca, bajando las puntas del bigote, tanteando la barbilla flaca, gestos que parecen querer recomponer sus facciones, restituirlas a sus lugares de nacimiento, rehace el dibujo, pero el artista ha cogido la goma en vez del lápiz, por donde pasó lo dejó todo borrado, un lado de la cara perdió el contorno, es natural, lleva ya seis meses muerto. Lo veo cada vez menos, se quejó Ricardo Reis, Ya se lo dije el primer día, con el paso del tiempo me voy olvidando, aun ahora, ahí, en Calhariz, tuve que hace un esfuerzo para encontrar el camino de su casa, No es difícil, bastaba con acordarse de Adamastor, Si pensara en Adamastor, más confuso quedaría, empezaría a pensar que estaba en Durban, que tenía ocho años, y entonces me sentiría dos veces perdido, en el espacio y en la hora, en el tiempo y en el lugar, Venga más veces, será la manera de mantener fresco el recuerdo, Hoy lo que me ayudó fue un rastro de cebolla, Un rastro de cebolla, Realmente, un rastro de cebolla, su amigo Víctor parece que no se ha cansado aún de vigilarlo, Pero eso es absurdo, Usted sabrá, La policía debe de tener poco que hacer para perder el tiempo así con quien no tiene culpas ni se dispone a tenerlas, Es difícil imaginar lo que ocurre en el alma de un policía, probablemente le causó usted buena impresión, le gustaría ser su amigo, pero comprende que viven en mundo diferentes, usted en el de los elegidos, él en el de los réprobos, por eso se contenta con pasar las horas muertas mirando a su ventana, a ver si hay luz, como un enamorado, Ríase si le place, No puede imaginarse lo triste que hay que estar para reírse así, Lo que me irrita es la vigilancia que nada justifica, Que nada justifica es una manera de decir demasiado expedita, no creo que usted encuentre normal que le visite una persona que viene del más allá, A usted no lo pueden ver, De acuerdo, querido Reis, de acuerdo, hay ocasiones en las que un muerto no tiene paciencia para volverse invisible, otras es energía lo que le falta, sin contar con que hay ojos de vivos capaces de ver hasta lo que no se ve, No será ese el caso de Víctor, Quizá, aunque admitirá usted que no se podría conceder don y virtud mayor a un policía, a su lado hasta Argos de los mil ojos sería un infeliz miope. Ricardo Reis cogió la hoja de papel en que había estado escribiendo, Tengo aquí unos versos, no sé que voy a sacar de ellos, Lea, lea, Es sólo el principio, o quizá lo empiece de otro modo, Lea, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, [...] Reis, sus odas son, por así decirlo, una poetización del orden, Nunca las vi yo de esa manera, Pues son así, la agitación de los hombres es siempre vana, los dioses son sabios e indiferentes, viven y se extinguen en el mismo orden que crearon, y todo lo demás es paño de la misma pieza, por encima de los dioses está el destino, El destino es el orden supremo, orden al que los dioses aspiran, Y los hombres, cuál es el papel de los hombres, Perturbar el orden, corregir el destino, Para mejorarlo, Para mejorarlo o para empeorarlo, es igual, lo que hay que hacer es impedir que el destino sea destino, Me recuerda usted a Lidia, también habla muchas veces del destino, pero dice otras cosas, Del destino, desgraciadamente, se puede decir todo, Estábamos hablando de Ferro, Ferro es tonto, está convencido de que Salazar es el destino portugués, El mesías, Ni siquiera eso, el párroco que nos bautiza, nos confirma, que nos casa y nos da la extremaunción, En nombre del orden, Exactamente, en nombre del orden, Por lo que recuerdo, usted, en vida, era menos subversivo, Cuando uno llega a muerto ve la vida de otra manera, y, con esta decisiva e incontrovertible frase, me despido, incontrovertible digo porque, estando usted vivo, nada puede oponer, Por qué no pasa aquí la noche, ya se lo dije el otro día, No es bueno para los muertos habituarse a vivir con los vivos, y tampoco sería bueno para los vivos atollarse de muertos, La humanidad se compone de unos y otros, Es verdad, pero si así fuera de manera tan completa, usted no me tendría aquí a mí solo, tendría también al juez de casación y al resto de la familia, Y cómo sabe usted que aquí vivió un juez de casación, no recuerdo habérselo dicho, Fue Víctor, Qué Víctor, el mío, No, uno que ya murió, pero que tiene también la costumbre de meterse en la vida de los otros, ni la muerte lo curó de esa manía, Huele a cebolla, Huele, pero poco, va perdiendo el hedor a medida que pasa el tiempo, Adiós, Fernando, Adiós, Ricardo.

El año de la muerte de Ricardo Reis, O Ano da Morte de Ricardo Reis, Buenos Aires, Suma de Letras, 2003, traducción de Basilio Losada.

viernes, 11 de junio de 2010

"Ensayo general" de Alina Diaconú


BORGES Y LAS MUÑECAS RUSAS

Dice la leyenda que en el siglo XIX un poderoso señor ruso llamado Alexei Manontov hizo llevar a Moscú una figura de porcelana, proveniente de la isla de Honshú, Japón, para regalársela a su amada.
La figura que representaba a un monje budista, se abría, y adentro había otra figura idéntica, más pequeña.
Tanto gustó esa pieza, que Manontov se la mostró a un artesano ruso y éste, inspirado por la porcelana japonesa, talló en madera de tilo la figura de una aldeana rusa, más ocho figuras idénticas, cada vez más pequeñas, que cabían dentro de la otra, al abrirse todas por la mitad.
Estamos hablando del artesano Vasili Zvezdochkin y de lo que luego serían mundialmente conocidas como las “Matrioshkas”, las muñecas rusas. Ellas representan una suerte de maternidad folklórica rusa, donde esta mujeres-caja, vestidas con el famoso “sarafan” están pintadas con brillantes colores y adornadas con flores, pájaros y estrellas. Cada “matrioshka” es original e irrepetible. Ellas circulan hoy por el planeta, talladas en madera de tilo o abedul, con sus diseños “aggiornados”, llevando siempre esa singularidad de forma y contenido, esos múltiples “secretos” que albergan.
¿Por qué hablamos de la “matrioshka”? Porque, al cumplirse 60 años de la aparición del célebre libro “Ficciones”, se nos hace imperioso asociar la obra de Borges en general, y esas historias en particular, en su construcción, a estas muñecas que se abren a otros muñecas, como los cuentos que contienen otros cuentos, como los poemas que contienen otros poemas.
Así están estructuradas muchas, muchísimas piezas literarias de Borges. Son cuentos de otros cuentos, que a su vez derivan en otros, voces que se multiplican a medida que uno se adentra en el texto.
En Borges es muy frecuente la alusión de un narrador a otras narraciones, de un nombre a otros nombres, de una acción a otra acción. Secretamente se va abriendo su texto, como una “Matrioshka”. Secretamente vamos entrando en el interior y allí se generan cada vez más implicancias, más espejos, más laberintos, más sueños, más desdoblamientos, más juegos con el infinito, uno dentro del otro, hasta llegar a la síntesis, a la muñeca más pequeña, tan pequeña que quizás ya sea invisible: nuestra esencia.
El pensamiento de Borges es un pensamiento metafísico.
La Metafísica fue definida por primera vez por Andrónico de Rodas. Y la conocemos fundamentalmente por Aristóteles, que la consideró “la ciencia primera” y le dedicó un libro, donde dividió a la Metafísica en tres partes: la Ontología que estudia el ser, la Teología que estudia a Dios y la Gnoseología que estudia el conocimiento.
Sabemos, entonces, que la Metafísica es esa parte de la Filosofía que se ocupa del ser. Que estudia el ser como tal, sus causas, sus principios, que contempla sus propiedades.
Se denomina “meta-física”, porque va más allá de lo que puede percibirse con nuestros cinco sentidos. Se ocupa de lo que está más allá de lo que experimentamos en los planos sólido, líquido y gaseoso que conforman el mundo físico.
La Metafísica, según Santo Tomás contempla las causas primeras.
Para Kant ella es el estudio del Todo y, en su opinión, se confunde con la Ontología.
La Metafísica es el fundamento de prácticamente todas las filosofías, de todas las religiones y de todas las corrientes de pensamiento.
En gran parte de los planteos de Borges, para no decir en casi todos, aparece el interrogante metafísico, acorde a su agnosticismo. Son preguntas, perplejidades, que aceptan el ingrediente mágico, considerándolo real, pero incognoscible por parte del ser humano y de las limitaciones de su mente.
Por eso Borges es tan complejo. Porque, como decía Vladimir Nabokov, “ningún escritor de talla es sencillo”.
Vemos entonces que igual que en las muñecas rusas, Borges abre y se abre al misterio, más y más y cada vez se encuentra con más misterio, que a su vez engendra otro misterio. Pero al introducirse más y más en el enigma, se dirige hacia el núcleo de la existencia, hacia la semilla, que es el ser en sí.
Cuenta Borges en “El jardín de senderos que se bifurcan” del libro “Ficciones”:
“Ts’ui Pen creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; —sigue Borges— en algunos, existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma”.
Esta es la red creciente o decreciente de las Matrioshkas, según se las vaya abriendo o cerrando, según se las haga aparecer o desaparecer una dentro de la otra.
Y vamos a concluir este paralelo entre el mecanismo ficcional borgeano y la subdivisión o progresión de las muñecas rusas, con la estrofa primera y la última de ese poema tan conocido, y sumamente paradigmático de Borges en este sentido, que se llama “Ajedrez”, y que dice:

En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

(...)

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueños y agonías?

En la idea de Borges, como en el juego de las muñecas rusas, siempre hay algo detrás, algo o alguien detrás de la pieza de ajedrez, de la mano del jugador, del jugador y de Dios mismo.
Ese es el misterio, la pregunta que Borges formula en este poema y en prácticamente toda su obra. Y este es el interrogante mayúsculo, el que quizás todos nos formulemos. Y que se llama Metafísica.

De “Ensayo General”. Reflexiones sobre la Literatura, Borges, los Mitos, los Maestros, las Pioneras, el Más allá. Buenos Aires, Fundación Internacional Jorge Luis Borges, 2009, 154 páginas.
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Alina Diaconú nació en Bucarest, Rumania. Es argentina naturalizada y reside en Buenos Aires desde 1959. Vivió durante algunos años en París. Es colaboradora del diario “La Nación” desde 1981 y del Suplemento Literario de “La Gaceta “ de Tucumán desde 1984. Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, al francés y al rumano. Recibió numerosos premios y distinciones nacionales e internacionales (Faja de Honor de la SADE, 1979, Beca Fullbright, 1985, el Meridiano de Plata, 1990, la Medalla y el Diploma a la Excelencia, otorgados por el gobierno rumano por su difusión de la cultura de Rumana fuera de las fronteras, 2009). Integró el Consejo Editorial de la revista Proa, de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges. Autora de novelas: La Señora, Buenas noches, profesor, Enamorada del muro, Cama de Ángeles, Los ojos azules, El penúltimo viaje, Los devorados, Una mujer secreta. Avatar se titula su novela más reciente (2009, Ediciones B.) Publicó un libro de cuentos: ¿Qué nos pasa, Nicolás?; notas y reflexiones: Calidoscopio, entrevistas a grandes escritores (Borges, Cioran, Girri, Ionesco, Sarduy). Es autora de dos libros de poesía: Intimidades del ser, 2005 y Poemas del silencio, 2007.