domingo, 7 de agosto de 2011

Eduardo Dalter






SIETE NOTAS DE INVIERNO





Poemas


Hasta tu cama
entran,

tensos, de esquina,
por tu piel,

y por allí
te andan,

quiebran tus cerrojos;
los hechos, las manos, las voces.

*

Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,

ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;

es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.

*

Dejá que entre la luz,
dejala que entre,

que se acomode,
que abra su valija;

no vayás a echarla;
dale de comer;

dejá que ande por la casa.

*

Amor marcado
de estos años.

A pesar de todo
vuela, vuelve.

Tibio es él;
a prueba es él.

Memorioso, dúctil
y carnívoro.

El da la hora
de esta hora.

*

Pasás ladeada, vida;
depende el barrio.

O acariciando con un ala,
o dando fuerte con el pico.

No pasás derecha, vida;
vos planeás, planeás.

*

Hermosura que te busco;
electricidad que es hermosura;

hermosura de una mano
en otra mano; de un cuerpo

en otro cuerpo; de una letra
que con otras es palabra;

palabra que te busca, me busca.
La oscuridad no es cosa nuestra.

*

Por la calle fría
un hombre va

metido en sí
hasta la médula

como representando
poemas de Vallejo,

cruza la avenida, tose
y se pierde entre la gente.

Eduardo Dalter
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JUNTO A LA VENTANA -
A Eduardo Francisco, que también miraba


Estaba junto a la ventana del bar, tomando café con un amigo, cuando de pronto, en medio de la charla, surgió el tema del futuro, que es, hoy por hoy, un tema del que nadie dice mucho.


Por otra parte, nadie da fe de lo que escucha cuando se trata el tema. Es como si la cuestión de la que se habla derivara en bueyes perdidos o en imaginerías sujetas con piolín.


Más: acerca del futuro, los jóvenes creen estar escuchando frases de clisé, y no es extraño que bostecen, se distraigan, o sientan otra vez que se está abusando de sus años.


Y tienen razón, porque el futuro ya pasó, o está terminando de pasar. Aquel pasado de entreguerra, y de la larga guerra fría, tenía un futuro, por cierto, que ya se concretó.


Hace 50 años, recuerdo, el futuro eran los robots, la computadora, los viajes al espacio, y una tecnología que iba a hacer posible que cada hombre trabajara sólo unas pocas horas al día.


Eso se decía, se escuchaba. Y la gente que podía ahorraba pensando en su futuro, aunque fueran monedas o sueños, porque había que estar preparado para esos tiempos anunciados.


Pero este presente aún no tiene futuro; hay que crearlo o no, aunque, por ser tan precaria su base, y estar tan desacreditado, no ofrece alguna posibilidad que se vislumbre.


Por otra parte, el mundo, la humanidad, no pueden hoy creer que el descaro tenga algún futuro a favor que no sea él mismo en su precariedad y en su pozo.


Además, la geopolítica, con sus misiles, y la economía, con su rapiña, no ofrecen otro horizonte, como para extender un crédito que no tenga las horas contadas y el aire escaso.


Lo que conocemos hoy son los restos y el reflejo de un futuro que ya se consumó, de un presente que alguna vez supo creer, e imaginar, acaso con alguna ligereza.


Este presente, le dije a mi amigo, así como se ve, aún no tiene futuro; sólo tiene semana que viene, o mes que viene, y techo bajo, muy bajo, piso incierto, y no se sabe bien adónde va.


Al futuro de este presente, o del que venga, hay que inventarlo; y no sé, no puedo saber, dadas las cosas, si será posible, o será creíble, en medio de este viento oscuro.


Queda por inventar primero un presente, hoy o mañana, que pueda sostener en sus horas una confianza, un brote, algún espejo. Mientras tanto, “es lo que hay”, dicen algunos, y ya sin más.



Eduardo Dalter

Temperley, agosto, 2011

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